Uno de mis clientes, hoy Gerente General de una de las 20 empresas más grandes del Ecuador, me comentaba esta semana que desde pequeño en su casa su padre le decía que el estaba destinado a grandes cosas en la vida. Estuvimos la mitad de un almuerzo discutiendo sobre si sus logros al día de hoy son producto de este presagio de su padre y alguna característica genética que el posee o si más bien responden a los esfuerzos, disciplina, formación y buenas decisiones que ha tomado a lo largo de su vida.
Desde tiempos inmemoriales, la cuestión de si los líderes nacen o se hacen ha sido objeto de un debate persistente en la historia del pensamiento humano. Filósofos, científicos y pensadores de todas las épocas han intentado desentrañar el misterio detrás de la naturaleza del liderazgo. En la encrucijada entre la genética, la psicología, la política y la neurociencia, el dilema persiste y se profundiza con las últimas investigaciones en estos campos.
Aristóteles, uno de los primeros filósofos que abordó la cuestión del liderazgo, sostenía la creencia de que los líderes poseían ciertos rasgos innatos que los destacaban del común de las personas. Su noción de la “excelencia moral” como un componente fundamental del liderazgo implicaba que ciertos individuos estaban predispuestos a liderar debido a sus características naturales.
Siglos después, en el siglo XIX, Charles Darwin introdujo la teoría de la evolución, que influyó en las ideas sobre la herencia genética y su papel en la formación de características individuales. Si bien Darwin no abordó directamente la cuestión del liderazgo, sentó las bases para el entendimiento moderno de la genética y la selección natural, que se han vinculado al liderazgo en investigaciones posteriores.
En el siglo XX, la psicología empezó a desempeñar un papel crucial en la discusión. El famoso psicólogo de la gestalt, Kurt Lewin, propuso la teoría del liderazgo situacional, sugiriendo que el entorno y la situación pueden influir en el surgimiento de líderes. Lewin abogaba por una perspectiva más ecléctica, sugiriendo que tanto las características personales como las circunstancias externas son cruciales para comprender el liderazgo.
La década de 1980 trajo consigo la teoría del liderazgo transformacional, presentada por James MacGregor Burns, quien argumentaba que los líderes efectivos poseen la capacidad de transformar a sus seguidores al inspirar y motivar. Esta teoría sugiere que, más allá de los rasgos innatos, el liderazgo puede ser desarrollado a través de experiencias y aprendizaje.
Las teorías contemporáneas, como la teoría de la contingencia y la teoría de liderazgo carismático, también han contribuido a la comprensión del liderazgo como una combinación de factores hereditarios y adquiridos. Sin embargo, la llegada de la era moderna ha traído consigo descubrimientos revolucionarios en psicología y neurociencia que han arrojado nueva luz sobre la pregunta fundamental.
La psicología positiva e investigadores como Martin Seligman han explorado la idea de que las características de liderazgo, como el optimismo y la resiliencia, pueden ser cultivadas y desarrolladas a lo largo del tiempo.
En el ámbito de la neurociencia, las técnicas de imagen cerebral han permitido explorar el cerebro de líderes en acción. Un estudio publicado en la revista “Leadership Quarterly” en 2012 utilizó resonancia magnética funcional para examinar las diferencias en la actividad cerebral entre líderes y no líderes.
Los resultados sugirieron que ciertas áreas del cerebro están más activas en individuos que asumen roles de liderazgo, lo que respalda la idea de una base biológica para el liderazgo.
En conclusión, el eterno debate sobre si los líderes nacen o se hacen ha evolucionado a medida que nuestra comprensión de la genética, la psicología y la neurociencia ha avanzado. Si bien la predisposición genética puede conferir ciertas ventajas, las últimas investigaciones sugieren que el liderazgo es, en gran medida, una combinación de factores innatos y aprendidos. La capacidad de liderar puede ser cultivada y mejorada a lo largo del tiempo, ofreciendo esperanza y oportunidades para aquellos que aspiran a liderar, independientemente de su dotación genética inicial. En última instancia, el liderazgo parece ser una habilidad maleable que puede ser nutrida y perfeccionada con el tiempo y la dedicación.
Una incógnita constante que debemos hacernos aquellas personas que estamos en posiciones de liderazgo: ¿Qué estamos haciendo hoy para nutrir a nuestros equipos y crear nuevos liderazgos morales e inspiradores que aseguren una sucesión adecuada y el nacimiento de nuevas estrellas?
Diego Vera I.